El pasado no existe, el presente
es efímero y el futuro incierto (Séneca). Estas sabias palabras son certeras
porque, aunque deseemos aferrarnos al pasado para que, al menos, nos sirva de
experiencia, está demostrado que somos el animal que tropieza dos veces en la
misma piedra. Caeremos de nuevo en los mismos errores y los sufriremos de igual
manera, no vale pues la pena recordar lo ingrato que nos haya sucedido.
Sufriremos iguales o parecidas deslealtades, aparentes muestras de solidaridad,
promesas que se incumplirán, amenazas veladas o reales, injusticias sociales y
manipulación de nuestras voluntades. ¿De qué nos servirá el pasado? De muy poco,
tal vez, solo, para envasar en un
pequeño tarro de esencias, las escasas gotas de auténtica felicidad que nos
hayan podido tocar en el reparto anual. Eso sí, debemos llevarlo en nuestro
bolsillo, junto al corazón, y sacarlo, destaparlo y olerlo, cada vez que nos
sintamos asaltados por el infortunio.
El futuro. No es preciso jugar a
profeta. No tenemos más que mirar alrededor. En lo próximo, se ha
institucionalizado el hedonismo, esa filosofía en la que el placer se instala
en la voluntad y, lo que es peor, por aferrarse al poder, se puede llegar a perder la dignidad, que es el
último bastión de la persona.
Si es en el exterior, los
fundamentalismos exacerbados y los nuevos colonialismos nos dejarán inermes,
salvo que los intereses supremos decidan afrontarlo. No está en nuestras manos.
El presente. Esto es, amigos, lo
que nos debe ocupar. Disfrutar cada momento posible de nuestro buen estado de
salud, vivir intensamente los amores de nuestros esposos, hijos, nietos y disfrutar
de la familia que disponemos, no desperdiciar un abrazo o un beso; los que no
se dan se pierden en el pasado; disfrutar de los amigos y no dejar que crezca
la hierba en el camino hacia ellos y, sobretodo, agradecer al cielo por lo que
disponemos y en la medida de nuestras posibilidades, estar cerca de los desheredados.
Así, sorbito a sorbito, día a
día, nos beberemos este nuevo 2016.