sábado, 25 de septiembre de 2010

VOLANDO A MEDIA ALTURA- 4

EL PARQUE CALDERON

Decía César G. Ruano, en un artículo que leí hace más de cuarenta años, que somos animales de costumbres, nos acostumbramos a todo, incluso a vivir; y morirse, es perder la costumbre de vivir.

Me vino a la memoria este recuerdo, porque desde que vuelo a media altura, cada día descubro novedades que tenía la costumbre de ver, pero no de sentir.

¡Cuántas veces habremos pasado por delante del Parque Calderón, como pasamos delante de farolas, o de edificios centenarios!.

Esta mañana de sábado, 10.30h. 23º, cielo azul velazquiano, brisa de levante agradable, rayos de sol hendiendo lo plumeros de las palmeras para llegar acariciantes a un césped, verde y mimosamente cuidado.

Con mi cámara recorro los quinientos cincuenta metros del parque, huérfano de visitantes en ese momento. Solo un joven tumbado entre luz y penumbra, descansa su cabeza sobre una bolsa de plástico, dormitando. Su brazo derecho extendido y a centímetros de sus dedos, una botella de cerveza, que en algún momento tenía asida. Rechazo la primera intención de describir la sordidez de esta imagen, porque el momento me exige que lo integre en el paisaje.

Entro en el parque y me dirijo a su cabecera. Es como un gusano de seda. Mejor, como un ciempiés, pues he contado más de cien palmeras y semeja un ciempiés ondulado, que se adapta a la sinuosidad del Guadalete y de la Ribera del Rio, con sus robustas y centenarias patas hacia el cielo, rematadas por penachos que se doblan formando cascadas de hojas palmadas.

Su ilustre cabeza es la Fuente de la Galeras, cuyo nombre procede de un oratorio, que hace cuatro o cinco siglos allí existía, cita invernal de las Galeras Reales y postrer imagen, para los pobres condenados a pagar sus condenas, remando por esos mares de Dios sujetos a un banquillo, tal que los condenados en Venecia, al pasar por última vez sobre el puente de Los Suspiros.

Reinando Felipe V, se construye la actual Fuente de las Galeras, y dice la historia, que daba entrada a lo que se llamaba el Vergel. Hace más de cien años el Parque Calderón nacía sobre aquel vergel.

Aquellas palmeras, hoy centenarias hermosean el más bello rincón de El Puerto. Es una delicia andar recreándose en el entorno. Si la palmera es femenino, podría decirse que hay un matriarcado de la misma. Casi todas dan fruto, algunas comestibles. Escasos machos para polinizar. No sé cómo han permitido que crezca furtivamente una araucaria, que hoy sirve de referente al antiguo y hoy remozado bar “Echate payá” o las pavías de Paco Ceballos, porque Romerijo no precisa referencia. Lo que no han podido evitar son dos falsos ficus, trasunto de los famosos ficus del Hospital de Mora en Cadiz. Aquellos, son las catedrales del ficus de Andalucía, hasta dan flores, una especie de magnolias exuberantes. Los falsos ficus del Parque Calderón son tres, uno aislado, con tan poderosa copa, que supera en altura a las palmeras que incluso se han inclinado ante la presión del gigante y después dos gemelos, que también su copa inmensa, se adueña de la carretera que bordea el Parque. No dan flores, pero a cambio, las raíces tabulares con sus aletones y contrafuertes, afloran a la superficie dejando a la vista unos nervios a guisa de tentáculos, advirtiendo que su belleza no está en sus hojas sino en la intimidad de sus raíces, a las que nadie tiene acceso, pero que como icebergs, es más importante lo que oculta que lo que muestra y permite a nuestra imaginación volar pensando en abismales arcanos.

La cola del Parque Calderón, remata con uno de los estribos, en los que se apoyaba la pasarela peatonal sobre el Rio Guadalete, desaparecida hace más de treinta años y que hoy sirve de mirador. Desde allí se puede comprobar como éste, es de los pocos ríos en que sus aguas, sí pueden pasar dos veces por el mismo sitio, y extendido a su derecha, la verde simetría del palmeral del Parque Calderón.

Alberto Boutellier

Septiembre de 2010

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