Ni todos los chinos son bajitos, ni todos los vascos son chicarrones, y por tanto, tampoco todos los franceses son envidiosos. Cuando yo creía que la envidia era el pecado capital capaz de generar otros vicios, porque produce tristeza, cuando no odio por el bien ajeno, compruebo como hay subespecies perfectamente catalogadas. Dentro de los envidiosos se encuentran los chauvinistas desencantados, mancillados y lo que es peor, olvidados, y en esta categoría están los periodistas deportivos franceses y toda la cohorte de seguidores, forofos, hinchas, que no son todos los galos, pero que influyen en la opinión pública.
Estos, no pueden soportar que durante cinco años Indurain fuese la cara del Tour, uno de los estandartes de la grandeur francesa; dos años de Perico Delgado, seis de Armstrong, tres de Contador; veinte años mal contados en los que no se han subido ni al último escalón del pódium de su Tour. Esto jode, y jode cantidad. En el deporte rey, hace muchos años que no son nadie y solo con individualidades, consiguen una selección nacional donde más de la mitad la constituyen franceses de color, con todos sus derechos y reconocimientos, pero pocos con marchamo de pura sangre de Obélix y Astérix. La espuma brota por las comisuras de los labios de los envidiosos, cuando Rolland Garrós se lo lleva casi siempre un chaval tímido, humilde y campeón que creo se llama Nadal. Si después de ver como once pequeñitos se hacen campeones de Europa y del Mundo dándole pataditas a un balón, o en baloncesto, o en gimnasia rítmica o en tantas disciplinas en la que los españoles marcan la diferencia, no es de extrañar que la envidia alcance un grado de ebullición tan deplorable, que el único recurso sea la injuria, y la bajeza de instinto, aunque sea a través de los muñecos de guiñol. Ya digo, tiene que escocer mucho el que aquellos muchachitos de hace cincuenta años, bajitos, con caspa y trajes de pana, se estén ciscando en los hombros de los chauvinistas franceses. Amigos, ajo, agua y resina.
Pues tu lo has dicho y pienso que esa es la razón envidia, pura envidia.
ResponderEliminarUn abrazo
Parecía que la envidia era el pecado nacional de los españoles, pero observamos que en todas partes cuecen habas y y en nuestro vecino del norte a calderadas. La mejor respuesta la han dado ya los chicos de fútbol sala: campeones de nuevo.
ResponderEliminarUn abrazo desde mi mejana