sábado, 18 de abril de 2015

REFLEXIONANDO


Me debato entre el “volverán” y el “pero” de Becquer. Volverán las oscuras golondrinas…, pero las que aprendieron nuestros nombres, no volverán. Volverán las tupidas madreselvas…, pero aquellas cuajadas de rocío, no volverán. Volverán del amor en tus oídos…, pero así, no te querrán.
Y es que, sin dar pábulo a la nostalgia ni a la abulia ni a la tristeza ni siquiera a la decepción, y solo haciendo uso del pragmatismo de los hechos, trato de encontrar respuestas a mis inquietudes derivadas de la observación.
Hace años que no veo las golondrinas anidar en mi casa. Poco a poco han ido desapareciendo. No hace mucho, aún podía observar cómo, en escaso tiempo, construían su nido con hierba y barro, fijándolo a las paredes y a las vigas de madera, de forma que resultaran inexpugnables para los depredadores. En las numerosas idas y venidas a su nido, se llenaba el ambiente de un continuo trisar, que se acentuaba cuando aparecían las cabecitas de los polluelos.
Dicen las estadísticas que, en el último decenio, la población de golondrinas ha descendido un 30%, y también, que centenares o miles de especies se extinguen cada año.
Sin la menor duda es una alarma roja y existe explicación: abandono del medio rural, abuso de insecticidas… y, en consecuencia, la desaparición de su alimento. No se trata de elaborar ninguna tesis sobre medio ambiente. Solo reflexionar sobre el costo que estamos dispuestos a pagar, para esa desaforada búsqueda de un desarrollo industrial globalizado, cuyo fin no repara en los medios y donde muchos trabajamos para unos pocos. Cuántas heridas nos dejaremos en el cuerpo y en el alma, cuyas cicatrices estigmatizarán nuestros destinos como dueños del universo. Un universo dominado por el estúpido hedonismo (placer, poder, tener), que solo nos permite contemplar nuestro ombligo, sin que importe el futuro de las nuevas generaciones, al menos eso es lo que nos creemos, pero no, estamos manipulados y aunque no lo creamos, cada vez más embrutecidos y adocenados.
No volverán las tupidas madreselvas cuajadas de rocío, porque habremos aprendido a ignorarlas y habrán muerto de soledad, anuladas por insolidarios muros de aislamiento.
Volverán del amor en tus oídos… pero así, no te querrán. Tal vez haya asimismo una correlación entre las golondrinas, las madreselvas y el amor, porque el amor también progresa, pero solo en el sentido práctico: pasión, urgencia de bienestar y contrato. Cuando desaparece cualquiera de esos tres soportes, arrastra a los otros, no cuentan los protagonistas y entra en liza el progreso del frío contrato, que siempre perjudica a las personas, contrato entre personas, contrato con instituciones, contratos con países…absurdos contratos universales por los que estamos abocados al fracaso.
Podemos decir que las facultades espirituales del género humano están lamentablemente desacreditadas. La ternura, la espontaneidad y la importancia de los sentimientos están siendo aniquiladas por un mal uso de la inteligencia y la voluntad.
Claro que estas deducciones se me ocurren, simplemente, por reflexionar.

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