jueves, 17 de julio de 2014

BELÉN O ÁRBOL
No es que rechace por sistema los esnobismos (exagerada admiración por todo lo que está de moda) pero sí me exaspera, en cierto modo, comprobar lo dados que somos, en este país, a deslumbrarnos con lo foráneo.
He indagado en la historia las raíces de la representación plástica del nacimiento de Jesucristo. Al parecer, fue San Francisco de Asís, quien celebró la misa en una cueva próxima a la ermita de Greccio (Italia), en la que simbolizó la escena del nacimiento, pero utilizando solamente un pesebre vacío, un asno y una vaca.
A partir del siglo XIV los franciscanos, siguiendo sus reglas de humildad y pobreza, utilizaron esta fórmula como representación conmemorativa del nacimiento del Mesías. A partir de entonces y, a excepción del Benelux y los países nórdicos, toda Europa adoptó el belén para tener presente en Navidad la trascendente efeméride.
España y en particular, la provincia de Cádiz, se destaca por conmemorar esta fecha, poniendo en la construcción casera de su belén, una gran ilusión en la que participa toda la familia.
El ingenio y los propios recursos, daban lugar a una obra, que se veneraba en la misma proporción la liturgia y la satisfacción del esfuerzo realizado. Buscar musgo, espejos para simular el agua, corchos para construir el portal…y la tradicional compra de pequeñas piezas con las que cada año se hacía el belén más grande. Cuánto de ilusión vivida, cuánta participación familiar, cuántos villancicos, cuánta sencilla alegría…
Nos hicimos ricos y quisimos parecernos a americanos y nórdicos, y muchos, hicieron coexistir belén, árbol y Papa Noel. Ahí comenzó el desastre, porque los esnobismos vinieron de la mano del consumismo y se convirtieron en fiestas de derroches y oropel.
Llegaron las vacas flacas y han vuelto a florecer los belenes; son los mismos del año pasado, y del anterior… y del anterior… y alguno, es el mismo de los padres.
Se compran menos árboles de usar y tirar. Menos “papásnoeles” escalando ridículamente por los balcones. Los belenes vuelven a recordar la humildad del hijo de Dios naciendo de la forma más pobre posible.
No es extraño que la crisis que nos asola, aumente la solidaridad entre las personas de buena voluntad y cambien la compra de un árbol de Navidad, por la entrega de dos o tres kilos de alimentos para quien carece de todo.
A veces las crisis nos traen sus cosas buenas.
©Alberto Boutellier

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